20 marzo 2007


TESTIMONIALES
DESEMBARCOS, EL ESPINEL, FALSIFICACIONES, DESLUMBRES...


Después de hablar sobre mis últimas broncas, la re-visita al museo, la recuperación visual de la pintura gracias a Macció con quien no me hablo (porque no lo conozco como ya dije), quiero seguir con mi desembarco en esta ciudad, (será tal vez una forma de refugiarme en el pasado agradable).

Como todos los desembarcos fue crudo, desprolijo, caótico, nada programado. Además de repentino fue fugarme de mi pasado-pasado, abandonando todo, huyendo de todo. Era escapar de la familia, la pareja, el estudio, el trabajo, hasta de cierta comodidad, también era la huida de los problemas políticos de esos tiempos intranquilos donde el león herbívoro nos cambiaba el concepto de “argentina liberación” del Tïo, por el suyo de “argentina potencia”. Igual después de tantos años en la ciudad represiva-elitista–agobiante, esto para mi era París. Buenos Aires a la que sólo conocía de refilón cuando venía por trabajo, pero más por los márgenes, donde estaban los talleres que visitaba. En cada viaje sólo alguna “Revista”, o la noche española en el Globo y el Tronío, o al San Martín y cena en Loprete. El centro era otra cosa y era verdad que cuando sos del interior las “luces” te enceguecen, te marean. Estás a mil, todo es adrenalina, música, deslumbre. Tenés además la ventaja de ser anónimo, pero cierta certeza de estar “jugando” en el lugar justo y sobre todo sabiendo que tus fichas son iguales a las de los demás. Por primera vez no sólo mirás, tocás... y se da que hasta podés llegar a ganar por ingenuidad (suerte de principiante?).

Vivir acá fue otra cosa, la plaza, ganar para comer con tus únicos recursos, que hasta ese momento eran tus tics, tus monigotes que sólo habías hecho mientras hablabas por teléfono o te aburrías en las clases de la facultad. Dicen y creo que tienen razón que el estilo nace de tus imposibilidades, y así empezó la cosa. Pero seco, con dos mangos recorrías La Paz, La Giralda, comías en Pipo o en Bachín y después a la noche terminabas en Caño 14 o Cambalache -no por que uno tuviera un mango, sino por amistades con algunos músicos- en el bailongo último, frente al Cervantes donde Tania (setenta y pico?) mostraba las tetas rejuvenecidas por la última operación y si eras conocido hasta podías llegar a tocarlas, mientras su corte de mariquitas, bien trajeados, bien peinados (tan distintos de los putos progres de la movida democrática del Dorado, que ya eran gay), la aplaudían mientras le tiraban besos a los machos tangueros con la boquita fruncida.

La Paz era la corte de los milagros porque además de los vendedores ambulantes que pululaban por las mesas, de los jovatos que jugaban al ajedrez con mirones incluídos (con la memoria de Witoldo certificando jugadas claves) y las mesas de los “raros” que eran visitados por sus adoradores como en un santuario, mesas que llegaban a durar hasta dos días como certificaban algunas revistas de la época. Otras eran casi una puesta en escena donde podías ver a la negra Ceci con una hoja de 70 x 50 de un muy buen Fabrianno, falsificando (por una apuesta), un Alonso, o un Castagnino, que seguro que después vendería a algún revendedor (a ¿Eliaschev? o a Rabino de la “Casa de la pintura Argentina”). Era casi una perfomance y además le servía para aumentar su currículum de estafadora amateur. Aparecían los “números vivos” ambulantes, uno de los mejores: la enana que cantaba boleros con voz chillona, con una guitarra más grande que ella, acompañada por dos negros que la subían de los sobacos a la mesa de cualquiera, para que desafinara un rato (dos temas) y que se encargaban de juntar las monedas en sus gorras.

En otra mesa Emiliano A. que falsificaba los payasos de Larrañaga y vivía de los recuerdos de su época de esplendor. En su casa, una mansión que en un momento alquilamos con otra gente -ya contaré como- donde el Turco se motivó para escribir “Los Reventados”. Pero no era el único lugar donde se encontraba a los falsificadores, había otros como “Loisse”, que era una bar donde los famosos de la publicidad, y los empleados de las agencias, los play boy de esa época, sólo con su ingenio, una buena pluma y la Morgan, ganaban mucha guita, que se les iba en vestir a la moda, morfis, chupis y demás gastos de representación, pero gracias a eso se cogían a las mejores modelos, (y algunas hasta terminaban siendo sus mujeres con libreta) pero sobre todo se mamaban prolijamente con los mejores güisquies a partir de las 18 oclock, y convidaban rondas escandalosas de veinte o treinta copas por ruedas. Allí habitaba otro de los “productores” de nuestros maestros ya finados, Spilimbergo, Victorica, etc., a ninguno perdonaba, como no le perdonaron el haberse encamado con la esposa de su mecenas salteño y tuviera que emigrar a París. Después lo veíamos en la revista Gente, en el Derby junto a Vilas y Caroline. Pero entre los famosos de la barra te encontrabas también a Polessello, Celis (nunca juntos), a Fogwill, a Macció. Después los del gremio de la pintura (menos snobs), salían para El Tronío a la vuelta por Reconquista, bien ya llegando al Bajo, tanto que la mitad de la calle era el límite entre el ambiente de los comederos y los bares de moda y el del puterío, desde el fondín veías a las coperas que como llamadores se subían las polleras o se desabotonaban las blusas, en la calle ya sin marineros. En la fonda el “Mingo”, que ya te conocía y te había catalogado, si caías solo o en pareja te arrimaba a otros comensales y hasta te hacía compartir platos que no habías pedido. Allí se festejaban las inauguraciones de las muestras y alguna buena venta. Después todos al Bárbaro que a la 1 bajaba las persianas y te quedabas adentro, a comer los manices que vos mismo te servías y tomar los últimos vinos o ginebras. Las discusiones de pintura, los premios, el Salón Nacional o las últimas matufias de algún jurado por colocar a sus alumnos o a sus protegidos, lo de siempre. A veces alguna pelea que terminaba con unas horas en la 17. Era una época donde dábamos la mayoría tanta importancia al cuerpo como a la mente, había pasado la fiebre de los sesenta que acá sólo dejó algunas marcas como las de las eructivas en algunas caras. Creo que los momentos políticos que se avecinaban y ciertas turbulencias de los primeros años hacían que todo fuera como un final de fiesta previsto, distinto a esos aires frescos que había traído el camporismo y las tendencias, después de los años de represión y de chatura del Onganiato y de Lanusse. Pero Buenos Aires seguía siendo fiesta todavía, y uno seguía deslumbrado...
Alejandro

6 Comentarios:

Blogger Nicolás Mavrakis dice...

Bellissima descripción.

1:29 a. m.  
Blogger EmmaPeel dice...

uff acuerdo con mavrakis, debo inquietarme? ;)

besos y palmeritas souvenir (quiero leer pronto la historia del alquiler!)

12:09 p. m.  
Blogger karla dice...

y dale con el viejazo, dale con el viejazo!!!!, karla.
(ayuda terapeútica las 24 horas)

8:41 a. m.  
Blogger AL-JAZERRA dice...

Mavrakis,
gracias por pasar por este mundo nada sofisticado como el que vd, transita.
David,
que la invención del magiclic, seguro, ahora que de los 104 años de garantía hacia alli vamos...
Palm,
ya viene la historia, gracias.
Karla,
le recuerdo nuevamente que pami ya no atiende psico-gerontologia. pero gracias.
saludos alejandro

12:25 p. m.  
Anonymous Anónimo dice...

Vamos alejo que Vd, todavía puede, saludos desde cordoba, Raul.



raulsibechi@hotmail.com.
artista plastico (retirado).

7:20 a. m.  
Blogger principio de incertidumbre dice...

sí que es muy bella crónica...



Mis saludos, alejandro. Me cuesta ponerme al día y comentar, pero vuelvo y leo.

Abrazo.

:)

12:55 p. m.  

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