MEA CULPA
(Texto de un catálogo del año 1994)
Que difícil es cuando uno se dedica únicamente a juntar colores y formas, el hilvanar frases, las mayoría ya escritas o dichas. El no sentirse a caballo de nada, pero tampoco perteneciente a algo, grupo, movimiento, escuela o que se yo... algo. La dulzura del desconocimiento inicial, y el estupor del reconocimiento siguiente. Solo saber que uno es de ese grupo (o montón) de los desclasados que llegamos tarde al festín de los '6o, y eramos viejos para las regurgitaciones del posmodernismo de los '7o. Muy compuestos y formales (casi monolíticos), para la deconstrucción o para fragmentar nuestros compactos "Yoes".
Pasionales para la avidez geométrica.
Racionales para la explosión pura.
"Old masters", para el conceptualismo.
Etcétera, etcétera, etcétera.
Eramos los descolgados políticos que no entendimos el '68, pero tampoco fuimos yuppies en los '70.
Quizás porque vivíamos en el interior no entendíamos los tiempos, los sociólogos decían Centro-Periferia.
Trabajabamos y nos pasaba por arriba la vida, que por fin y tarde nos daba eso: la Pintura.
Llegaba como corolario de una virginad deshecha, amores no correspondidos, títulos no conseguidos, y maratones ganadas en el andar a los tumbos.
Ahora nos "salvaba" el Color, la Forma, el Ritmo, el Espacio.
Era otro lenguaje, que modificaba el viejo, tan gastado y transitado.
Era un decir a borbotones, que la crítica volvía nuevamente a palabras.
Gracias Freud.
Gracias Lacan.
El lenguaje tenía luz verde.
la palabra era ahora "verbo".
Y nuestra pintura era cada vez más confusa.
Decía Unamuno, "Al principio fue el verbo, y al final será solamente el verbo".
Otra vez la rueda, volver al principio (¿será el final?) en la pintura
Paisajes, naturalezas muertas, la figura...
Tratar de entender que la pintura no era relato, (pero también no excluir esa idea -por si acaso-).
Exacerbar los colores, alterar los espacios y modificar los ritmos. Sabiendo de entrada que nada de estas alter-acciones las queremos en el otro lenguaje, formal y barroco, que sólo nos servía para entender con un dejo de tristeza lo inalcanzable que no por conocido sino por dejarse traducir.
(traducir-ze) (dejar-ze).
El evanescente y lujurioso placer de lo ambiguo.
Pero la voz se apaga.
La escritura se esfuma.
Y el color nace, (¿nace?).
A.P.B. 1994.