31 marzo 2007


TESTIMONIO
NO YA TESTIMONIAL
Dedicado a la barra del comando Norma Aleandro

Ante el desprecio biográfico de M. por -volver a recordar- mi pasado y ante la ansiedad del “comando” inquiriendo sobre los “amores arrabaleros y setentistas” entre la licenciada Karla y mi persona declaro que después del tiempo pasado, más de 20 años, uno puede blanquear ciertas situaciones, que no fueron arrabaleras, sino montañesas -y no a la manera de Heidi- (aunque de las aventuras sentimentales de la pequeña, el abuelito y las cabritas se desconozca hasta hoy el mínimo detalle, cualesquiera puedan ser las combinaciones algebraicas que se puedan dar entre el nono, la nieta y el rebaño, sin incluir a Pedro que daba a onanista o zoofílico, a Clarita la inválida y su sexo de dominación con la señorita Rottenmayer, que presagiaba su condición de leader, dominatriz, látigo y demás). Como siempre ya me fui al carajo por la falta de las pastillas que me retacea (por falta de receta) el boticario.
Pero volvamos a la historia... corrían tiempos de vinos y rosas... bueno los vinos eran mistelas muy dulzones y de las rosas ni oler, no recuerdo ninguna flor montañesa en el lugar, sí que en los velorios las flores de las coronas eran de papel maché y coloridas con preminencia del amarillo y del blanco (¿por la bandera papal?). Va que los mistelas fuertemente azucarados se degustaban sucesivamente (botella tras botella) gracias al coqueo, pero luego a la noche en el café-bailable-guisquería del pueblo (¿dije Cafayate?) noches de licor berretísimo con los marplatenses que atendían ese antro y la hostería del Automóvil Club local, el tema siempre Mar del Plata, y nuestros odios a la ciudad y a nuestras ex...
El flujo erótico -de bragueta rápida- como diría Miller (Henry no, Arthur), era continuo y en un lugar donde no había después de ligar, posada o inmueble o mueble adonde ir. Eso sí, a las cinco o seis de la mañana, cuando ya comenzaba a verse un color rosado detrás de los cerros y por supuesto del “de los siete colores”, todo el mundo en caravana se dirigía hacia la orilla del río que formaba el balneario natural en esas épocas, allí cada uno trataría de desfogar sus pasiones a... como fuera...
Los tiempos eran a fines del Febrero época de la Serenata de Cafayate, que mostraban desde la altura del pueblo los relámpagos de las lluvias en Salta o en Tafí del Valle, ya camino a Tucumán donde diluviaba constantemente, allí el cielo azul y estrellado durante los 360 días del año. Después de los dos meses (trajinados) de tantas huríes alemanas, suecas y sudafricanas (que se daba mucho en esa época, ya que huían de su país por las revueltas sociales y venían al nuestro con la venia del gobierno militar a comprar viñedos o comenzar el proyecto del café argentino).
Bueno la cosa es que estábamos exhaustos-rotos molidos y con ganas de relacionarnos con alguna nativa (ojo, no del lugar), con quien poder conversar en lengua argenta. Y allí en ese momento cayeron tres amigas porteñas, psicos, jiposas-retro, con sus largas polleras de batick, sus collares, sus plumitas y como terminación gorros “bolitas” de sus pasos más al norte -un cambalache-. A la noche en el antro, tratamos de exponer todo nuestro caudal de seducción, (ya muy alicaído a esa altura). Dos de las amigas venían en plan de apoyo a la tercera.
Sí señores del comando: la tercera era K. a la que enseguida bauticé como la “princesita yenta de parque patricios”, parte para integrarme a la “intervención” y parte para congraciarme con la chica y su raigambre judía, (aclaro lo de princesita fue irónicamente porque ya K contaba con más de treinta y pico largos y trasfogados años, y lo de “yenta” que era un afano a la Jong, a quién había leído hace poco). K. se había separado hacía unos meses, una separación mala, de un matrimonio concertado entre familias, pero que la cacheteó por ser la última en enterarse de un corneo de su dorima con familiar muy cercano (creo que una prima materna), después los problemas económicos por lo que se había ido a vivir a su consultorio, que además compartía con una de las amigas. Esto lo contó en una hora entre mocos, llantos y escupidas de la saliva negra que le producía el asco al amargo de las hojas de coca. K ya estaba como una vela de colores que se derretía (no por la pasión), de a poco y donde los distintos colores se van mezclando: rímeles, coloretes, etc., anche los olores: del pachuli, del licor toraba, del ácido de la transpiración por el ambiente caldeado.
Cada minuto que pasaba se veía mas yenta pero tirando a shikse, (por no saber si los integrantes del Comando pertenecen a la colectividad les aclaro que es la transformación de la chica muy judía en una sirvienta casi “gentil”). La falta de su psicóloga en febrero, sin ninguna contención desde hace días, ni su control, hacía la cosa de casi suicidio. Los escupitajos negros sobre la blusa de bambula iban estropeando más la escena, cada tanto algunas de las huríes teutónicas de los días pasados se acercaban a saludarnos, pero como salames autóctonos seguíamos poniendo nuestros pechos a las sacerdotisas de Sigmund. A eso de las seis salimos sorteando piedras a como podíamos hacia el balneario, con una botella de guisqui cada uno y con las tres damas -eso sí, no muy convencidas-, solo me acuerdo de mis amigos contando su proyecto de poner una pizzería en el pueblo, rubro que no existía y preguntando si el tomate iba arriba o abajo del queso, si el queso de cabra serviría como sucedáneo de la muzzarella, todas preguntas que las psico no sabían contestar y que tampoco las excitaban mucho. Pero la carne es muy debil, (menos la vacuna, en esa zona que es provista por vacas nerviosas y con mucho garrón por practicar el alpinismo) al rato los seis un tanto despelotados (en pelotas) como el “dèjeuner sur l´herbe” de Manet pero sobre las piedras, con arrumacos y chupeteos (a las botellas). Solo uno había pasado a la acción y no era yo...
De pronto un golpeteo un tanto rítmico de algo que las sombras no permitían ver por los contraluces del amanecer nos volvieron a la realidad y sólo cuando ya estaban a nuestro lado pudimos ver a los jinetes locales, “los gauchos de Güemes”, volviendo de Salta de alguna fiesta por los valles que pasaban a nuestro lado, mirando hacia el frente, sonriendo ladinamente y haciendo la venia, muy parados sobre las espuelas y con los guardamontes como alas. Nos vestimos a la ligera mientras terminaban de pasar los ciento y pico de jinetes y volvimos al pueblo. K. una K. flaca mocosa y lloriqueante y todavía lejos de su figura arrogante y amatronada de psico con todas las horas cubiertas de hoy en día. Bueno después de eso, las ninfas estuvieron tres días más ya que estaban con turismo planeado, pero K. me dejó su dirección en Bs. As., por si pasaba por allí. Después siguió una amistad que se prolongó en la Capital y en Mar del Plata, pero eso sí, como dice mi amigo el turco que no cree en la amistad de los hombres y de las mujeres de “coger ni hablar”.
Bueno... más detalles que los cuente K. o los otros, de los que ya quedan sólo dos: las amigas de K. si es que siguen siendo amigas, y con todas esas historias háganse su rashomon-serrano.
Alejandro

24 marzo 2007

TESTIMONIALES
MAS O MENOS CON INQUISICIONES RELIGIOSAS-FILOSOFICAS
Y DEMAS PELOTUDECES TERMINANDO CON ZIZEK


¿Sabe uno como llegó hasta acá? Que circunstancias se cruzaron para que se encuentre en estas coordenadas y haciendo lo que hace, creyendo ya en poco de lo que creyó. Entre lo que queda en el haber: la pintura y algún sentimiento que uno trata de reprimir para no teñir mas de cursilería la vida cotidiana y la obrita. A estas alturas uno ya empieza a conocer su lugar en la vida, en el medio y también su no-lugar cuando no esté. ¿Se podría cambiar esto? No lo creo y me cansa sólo pensar en el esfuerzo de poder y tener que hacerlo en estas etapas, tendría que ser como empezar de nuevo. Uno ya está armado ahora con sus tiempos de reposo que son mas que los de trabajo (eso sí ocio creativo). A veces pienso que también el mundo de la pintura me cansó (pero es sólo el mundo con los otros), por eso evito los vernissages y las reuniones con sus vips, sus connocieurs (¿?) mientras yo sigo con mi cosa artesanal en el taller o leyendo o en la computadora.

Ermitaño tambíen me cansaron otras formas de reunión masiva como el teatro o el cine, del que sólo veo películas de mierda por el cable. Algunas veces con sorpresas, después de casi un año decidiendo qué ver en un cine normal, me gustó la trama, actores, etc., de un estreno de ayer jueves, había visto algo así como la “primera parte” en los años 80, hasta del mismo director, que ya debe tener casi 90 años. Pero zapeando en el cable la ví en el mismo momento, con el título un poco cambiado. No me disgustó, pero era mas para el cable, el argumento un poco ingenuo, viejo y sin la magia de la primera... o los 90 del viejo Têchiné, o mi nihilismo acentuado después de los treinta años de la primera. Además en mi concepción machista me molestó menos en las imágenes de los proragonistas, esas vacas sagradas del último cine francés, la gordura de De Pardieu (verdadera vaca), que la madurez un poco degradada de Catherinne, con los labios deformados por el botox.

Pero volviendo a estos testimoniales discutimos con M. a quien le parecen flojos y reiterados. Claro la mayoría son cosas que las conté durante treinta años sin “enriquecerlas “, literariamente. Muchas veces en las reuniones de amigos me pedían que las repitiera... Aún borracho las contaba igual, creo que eso les daba el toque de verosimilitud del examen a que sometían. Capaz que tiene razón. Pero no estoy escribiendo estos testimoniales por una cuestión de vejez... -dice que parecen los cuentos del abuelito-. Serán. Comprendo que ya a esta edad uno haya acumulado cientos de historias, pero hay gente que no. Que la mayoría le interesen a uno solamente, claro, no son historias con moraleja, no tienen mucha ilación preconcebida. No pretenden ser compiladas por nadie. En ellas no hay ejemplos de vida, porque uno tampoco pretende darlos. No soy: “la madre Teresa”, personaje al que siempre odié, porque adherí por empatía a las teoría que decían que la vieja puta, era una lavadora de los narco-centroeuropeos o de las mafias rusas, o que era una inválida sentimental de buena familia a la manera de San Francisco (otro que no es santo de mi devoción), o que era una lesbiana reprimida. Todo esto me motivaba más que a los que llevan la estampita en el parabrisas del coche y aceptan los supuestos milagros que la canonizan o beatifican, (no entiendo esas jerarquías celestiales ni me interesan), pero allá ellos y sus santos.

Y claro, pongo lo de la madre Teresa y me acuerdo de los días (perdona M. no fue hace treinta años, apenas uno), en San Martín de los Andes, cuando mis “compañeros” de pesca, (evangelistas - militantes), por supuesto más buenos que el pan que bendecían antes de comer mientras yo ocultaba el tenedor con la trucha a medio morder sin recordar “las reglas”. Bueno, digo que recordaba que ellos tan buenos y que perdonan todo se entretenían una vez terminada la cena y las botellas de vino y los vodkas en la cabaña en recordarme mis personajes odiados en la política, en la plástica y en la historia universal, ahí yo siempre empezaba por doña Teresa y me descargaba a fondo (esa era la diversión de ellos -un poco parecida al judío que contrata a un cristiano para que en el día del perdón le cobre sus cuentas y pague sus deudas porque él no puede tocar dinero-). La frase disparadora (entre sonrisas cómplices) siempre era, –Che y vos que opinas de...? - Claro también viene a cuento de que en el fondo, en esas reuniones “only machos” después del día de pesca o de caza, uno se divierte con poco, uno no se enrolla a conversar de filosofía, ni de negocios, ni de política y en cuanto a los evangelistas ni hablar de minas salvo de sus esposas legales que además fueron sus primeras novias. Sólo algunas huevadas entre amigos y chupar un poco o no en mi caso. Pero eso sí con el lago Lakar de fondo, el fuego en la chimenea y que el vodka sea cuanto menos Absolut. Esos son los momentos que uno después recuerda y que posiblemente no entienden las mujeres, son ciertos estados de una languidez etílica-nádica, casi de contemplación, y ahora no me burlo de lo zen monk, aunque siempre creí que esa onda no era para nuestra mentalidad occidental y crist.. (bueno y cretina), y los mire a sus seguidores con un poco de lástima haciendo sus ejercicios de tai chi en el parque.

Lo mío es otro tipo de meditación, más vaga, caótica, irregular o de pose. Pero es también una aceptación a la teoría delleuziana cuando nos enseña que pensar es crear y crear es resistir (aunque lo mío sea pensar al pedo). Tampoco el no adscribir al pensamiento filosófico-oscilante y hasta a veces un poco confuso de Gilles me lleva a adherir a otras formas de pensamiento, pero lo seguro ya es que la religión no es para mí (-magia, folclore, religión, filosofía- como enseñaban en la facu allá por los setenta, influenciados por Fannon, Levy- Strauss, la Mead., etc.). Tampoco me siento tan sofisticado para repetir como Georgi que soy agnóstico. Pero después de hablar de mis amigos siento que me desesperan últimamente las corrientes evangélicas con ese cretinismo de aceptación, perdón y bondad como una forma de agarrarse a una tabla- pero a seis mil pies de altura-. Del morir en la cruz con la resignación por el abandono paterno, al morir de cualquier forma pero con una sonrisa idiota y cantando salmos... Como siempre me fui al carajo...

Sólo me reivindicó hoy leer un buen reportaje (¿?) a Zizek, que dice estar en contra del diálogo y agrega algo muy gracioso y es que el diálogo no existe, pone como ejemplo los “Diálogos de Platón”, donde dice que hay un griego que monologa y otro griego que cada tanto dice -Oh Zeus... tienes razón, me has aclarado mis dudas... Además comenta (me recuerda a mi idea sobre mis ídolos (verb. Macció), que uno de los suyos David Lynch, que conociendo la tesis sobre su cine “El arte del ridículo sublime”, lo invitó a conversar y a filmar la charla, pero don Slavoj no quiso conocerlo personalmente para no “decepcionarse”. Bueno como siempre me fui al carajo (¡ya lo dije!) y la culpa es que hace una semana que no tomo las pastillas para la memoria por que el farmacéutico ya no me las vende sin receta, como el viagra que ya tampoco me acuerdo para que servía.
Bueno... ”A” ya no cree en mi gusto crítico-pictórico y me cuestiona a Macció, “M” me cuestiona las boludeces testimoniales, creo que sólo me queda refugiarme en la cocina.
Alejandro

20 marzo 2007


TESTIMONIALES
DESEMBARCOS, EL ESPINEL, FALSIFICACIONES, DESLUMBRES...


Después de hablar sobre mis últimas broncas, la re-visita al museo, la recuperación visual de la pintura gracias a Macció con quien no me hablo (porque no lo conozco como ya dije), quiero seguir con mi desembarco en esta ciudad, (será tal vez una forma de refugiarme en el pasado agradable).

Como todos los desembarcos fue crudo, desprolijo, caótico, nada programado. Además de repentino fue fugarme de mi pasado-pasado, abandonando todo, huyendo de todo. Era escapar de la familia, la pareja, el estudio, el trabajo, hasta de cierta comodidad, también era la huida de los problemas políticos de esos tiempos intranquilos donde el león herbívoro nos cambiaba el concepto de “argentina liberación” del Tïo, por el suyo de “argentina potencia”. Igual después de tantos años en la ciudad represiva-elitista–agobiante, esto para mi era París. Buenos Aires a la que sólo conocía de refilón cuando venía por trabajo, pero más por los márgenes, donde estaban los talleres que visitaba. En cada viaje sólo alguna “Revista”, o la noche española en el Globo y el Tronío, o al San Martín y cena en Loprete. El centro era otra cosa y era verdad que cuando sos del interior las “luces” te enceguecen, te marean. Estás a mil, todo es adrenalina, música, deslumbre. Tenés además la ventaja de ser anónimo, pero cierta certeza de estar “jugando” en el lugar justo y sobre todo sabiendo que tus fichas son iguales a las de los demás. Por primera vez no sólo mirás, tocás... y se da que hasta podés llegar a ganar por ingenuidad (suerte de principiante?).

Vivir acá fue otra cosa, la plaza, ganar para comer con tus únicos recursos, que hasta ese momento eran tus tics, tus monigotes que sólo habías hecho mientras hablabas por teléfono o te aburrías en las clases de la facultad. Dicen y creo que tienen razón que el estilo nace de tus imposibilidades, y así empezó la cosa. Pero seco, con dos mangos recorrías La Paz, La Giralda, comías en Pipo o en Bachín y después a la noche terminabas en Caño 14 o Cambalache -no por que uno tuviera un mango, sino por amistades con algunos músicos- en el bailongo último, frente al Cervantes donde Tania (setenta y pico?) mostraba las tetas rejuvenecidas por la última operación y si eras conocido hasta podías llegar a tocarlas, mientras su corte de mariquitas, bien trajeados, bien peinados (tan distintos de los putos progres de la movida democrática del Dorado, que ya eran gay), la aplaudían mientras le tiraban besos a los machos tangueros con la boquita fruncida.

La Paz era la corte de los milagros porque además de los vendedores ambulantes que pululaban por las mesas, de los jovatos que jugaban al ajedrez con mirones incluídos (con la memoria de Witoldo certificando jugadas claves) y las mesas de los “raros” que eran visitados por sus adoradores como en un santuario, mesas que llegaban a durar hasta dos días como certificaban algunas revistas de la época. Otras eran casi una puesta en escena donde podías ver a la negra Ceci con una hoja de 70 x 50 de un muy buen Fabrianno, falsificando (por una apuesta), un Alonso, o un Castagnino, que seguro que después vendería a algún revendedor (a ¿Eliaschev? o a Rabino de la “Casa de la pintura Argentina”). Era casi una perfomance y además le servía para aumentar su currículum de estafadora amateur. Aparecían los “números vivos” ambulantes, uno de los mejores: la enana que cantaba boleros con voz chillona, con una guitarra más grande que ella, acompañada por dos negros que la subían de los sobacos a la mesa de cualquiera, para que desafinara un rato (dos temas) y que se encargaban de juntar las monedas en sus gorras.

En otra mesa Emiliano A. que falsificaba los payasos de Larrañaga y vivía de los recuerdos de su época de esplendor. En su casa, una mansión que en un momento alquilamos con otra gente -ya contaré como- donde el Turco se motivó para escribir “Los Reventados”. Pero no era el único lugar donde se encontraba a los falsificadores, había otros como “Loisse”, que era una bar donde los famosos de la publicidad, y los empleados de las agencias, los play boy de esa época, sólo con su ingenio, una buena pluma y la Morgan, ganaban mucha guita, que se les iba en vestir a la moda, morfis, chupis y demás gastos de representación, pero gracias a eso se cogían a las mejores modelos, (y algunas hasta terminaban siendo sus mujeres con libreta) pero sobre todo se mamaban prolijamente con los mejores güisquies a partir de las 18 oclock, y convidaban rondas escandalosas de veinte o treinta copas por ruedas. Allí habitaba otro de los “productores” de nuestros maestros ya finados, Spilimbergo, Victorica, etc., a ninguno perdonaba, como no le perdonaron el haberse encamado con la esposa de su mecenas salteño y tuviera que emigrar a París. Después lo veíamos en la revista Gente, en el Derby junto a Vilas y Caroline. Pero entre los famosos de la barra te encontrabas también a Polessello, Celis (nunca juntos), a Fogwill, a Macció. Después los del gremio de la pintura (menos snobs), salían para El Tronío a la vuelta por Reconquista, bien ya llegando al Bajo, tanto que la mitad de la calle era el límite entre el ambiente de los comederos y los bares de moda y el del puterío, desde el fondín veías a las coperas que como llamadores se subían las polleras o se desabotonaban las blusas, en la calle ya sin marineros. En la fonda el “Mingo”, que ya te conocía y te había catalogado, si caías solo o en pareja te arrimaba a otros comensales y hasta te hacía compartir platos que no habías pedido. Allí se festejaban las inauguraciones de las muestras y alguna buena venta. Después todos al Bárbaro que a la 1 bajaba las persianas y te quedabas adentro, a comer los manices que vos mismo te servías y tomar los últimos vinos o ginebras. Las discusiones de pintura, los premios, el Salón Nacional o las últimas matufias de algún jurado por colocar a sus alumnos o a sus protegidos, lo de siempre. A veces alguna pelea que terminaba con unas horas en la 17. Era una época donde dábamos la mayoría tanta importancia al cuerpo como a la mente, había pasado la fiebre de los sesenta que acá sólo dejó algunas marcas como las de las eructivas en algunas caras. Creo que los momentos políticos que se avecinaban y ciertas turbulencias de los primeros años hacían que todo fuera como un final de fiesta previsto, distinto a esos aires frescos que había traído el camporismo y las tendencias, después de los años de represión y de chatura del Onganiato y de Lanusse. Pero Buenos Aires seguía siendo fiesta todavía, y uno seguía deslumbrado...
Alejandro

10 marzo 2007


TESTIMONIALES
BRONCAS, DESARRAIGOS, RECUERDOS, ETC

"En pintura la pintura es lo más importante" Rómulo Macció

Afuera se está preparando la tormenta, dentro mío también, (conozco ya estos pozos). Estoy rumiando el odio por esta ciudad, odio que en este último año se me hace insoportable, será que estoy más viejo y que todo me molesta, pero sobre todo es la gente. La gente con sus nervios, sus crispaciones, sus bajezas expuestas sin pudor en la vida de relación y sobre todo en lo económico y lo político ¿por qué lo ético me molesta tanto en los demas?

Los años pasados me dejaron muchos recuerdos, posiblemente y por salud mental, uno con el tiempo anula los malos tragos y las angustias pasadas pero igual la confrontación con este presente es feroz. Había proyectado otro "ahora" y posiblemente haya sido muy paranoico hacerlo. Pienso que es el momento justo para madurar la obra y que no queda ya mucho tiempo para preparar algo de peso (quizás con suerte entre cinco y diez años).

Nunca fuí de los que piensan que todo tiempo pasado fue mejor, sigo proyectando y teniendo planes con lo porvenir. En el fondo, muy en el fondo, pienso todavía que voy a ser cuando sea grande, lo pienso todo el tiempo, que voy a ser, que voy a hacer...

Ultimamente hablé mucho con los más cercanos sobre el mudarme, hacia donde, no se. A veces pienso en el sur. Me gustó San Martín de los Andes, su entorno, sus posibilidades. Otras veces pienso en San Luis o en Mendoza. Muchas veces en "mis" Valles Calchaquíes a donde huía en los veranos cuando terminaba la primavera en mi ciudad natal y se empezaba a llenar de turistas que llegaban a pasar el verano-histérico. Nací y viví junto mar, (al que sigo pensando como una máquina idiota). Lo peor su sonido. Y recuerdo una vez que en estado ruinoso, durante tres dias y tres noches interminables viví sin abandonar un edificio sobre la costa, en un piso 15, con el viento y el mar aullando, los ruidos de los vidrios que se rompían, sin luz ni agua, sólo el temporal, el edificio casi vacío, y sin saber como acallar ese ruido de mar y viento, sólo con ganas de que todo terminara y de huir de ahí, solo ese sístole-diástole-sístole-tole-le.

Hace quince años que me vine a radicar definitivamente acá. No aguantaba más al mar y su ritmo, a su ruido y a su indiferencia, la misma de la ciudad que lo bordea, ciudad triste, chata, pretenciosa y sin ilusiones. Buenos Aires para mí era París, la vivía enfebrecido, el tango, los boliches, el bajo con sus cabarets, los cafés y todos esos lugares de carga pesada que nos deslumbra a los del interior. Todo era distinto al "pueblo", las luces, la moda, el ruido, las minas, y básicamente la impunidad de sentirse totalmente desconocido. Y además después la pintura.

Conocer el mundo del arte con su magia y también con sus bajezas, aprender y practicar la pintura... Ya son más de treinta, treinta agotadores años...

Ayer viernes desayune con A. que había llegado el domingo de Africa y a quien había visto poco esta semana. Durante 15 años desayunamos todos los días, leyendo los diarios, comentando alguna noticia y mechándolo con data personal como al pasar. Me traía el último libro de uno de sus profesores preferidos, sobre Barón Viza, el padre de Raúl, a quien conocí y que también se suicidó como casi todo el resto de la familia. El libro resultó un fiasco, pienso que los filósofos también tienen que comer...

A. me comenta que fue a la inauguración de la muestra de Macció, que le pareció mala y que todo el mundo estaba como asombrado durante el cóctel. Ella sabe de mi admiración por el pintor, lo que lo admiro, sabe que nunca quise hablar con él. Alguna vez que falté a las "reuniones" de los sábados del Garden ella se fué a comer con él, con Pérez Celis y Polesello. Siempre jeringo conque lo considero lo máximo de nuestra pintura pero que no me interesa conocerlo, estuve innumerables veces sentado junto a él y otros pintores en conversaciones de chusmeríos y alcoholes, sin presentarme. Más, hemos expuesto muchas veces en muestras colectivas y tampoco.

Un gran amigo (crítico de arte), que comía todos los jueves con Rómulo y el Toto Presas (otro del Parnaso) me invitó a acompañarlo alguna vez, la respuesta fue siempre prefiero no decepcionarme y seguir deslumbrándome con su obra. A. me convenció y fuí al museo. Estaba nervioso, hacía cuatro años que no iba al Bellas Artes. De entrada compré un libro que quería desde hace tiempo y le regalé "La Guerra al malón" ilustrado por Carlos Alonso. Los dejamos a la entrada y fuimos a la sala, recorrí los cuatro o cinco grandes cuadros de la muestra de casi treinta en silencio; A. me miraba como diciendo "Y ahora qué?! A los dos siguientes me había acostumbrado, recorrí la muestra en cinco minutos para aclarar las ideas. Volví al punto de partida y comencé de nuevo sabiendo lo que veía. La tercera vuelta miré sólo lo que me interesaba y pensando los cuadros ya como proceso, tratando de entender por qué el artista, o el curador, o el crítico eligió "esos" y los colgo así.

La muestra me pareció buena, con puntos sublimes de pintura por lo menos en cinco cuadros de los treinta. Después pensé en lo desparejo, me di cuenta que era un acto supremo de ironía, lujo que la mayor parte de los pintores de acá no cultivamos. Conté hace poco hablando sobre Kuitca, (que aparece cronológicamente a fines de los setenta, pintando a la manera de los artistas de la transvanguardia que en la Bienal del 78, Maccio llama (entre otros) la bienal rosa bombón.

Bueno, acá hay cinco cuadros magníficos que recuerdan a esa pintura, pero treinta años después, pero bien pintados, con materia, con fondos trabajadísimos, sin la prisa posmodern, espaciales, con ciertos toques de surrealismo, pero en todos, esos empastes perfectos o rayados o así estucos, una cuchillada, un raspado donde queda colgada la pintura, algo donde se note el oficio y me cago en el oficio.

Cualquiera de esos cuadros los firmarían sin ningún empacho, cualquiera de los tres C, Cucchi, Chia o Clemente. ¿Y dónde está la ironía? en las fechas: 2004, 2005 ó 2006. Veinte años del certificado de muerte de esa moda (?). Nos fuimos felices, yo rumiando todavía mi confusión, y A. creyendo que aceptaba su opinión. Fuimos a retirar los libros, pero le pedí que me acompañara hasta el primer piso para ver la muestra del Panorama de la Pintura Contemporánea Argentina. La recorrimos rápido, me paré ante mis referencias de siempre, pero en el fondo yo buscaba un cuadro, (era el último, mal colgado, junto a la puerta de entrada y si hubiera hecho el camino al revés no hubiera visto el resto).

Era un cuadro de Kuitca de 1984, de lo mejor de su producción, pero que me aclaró los tantos. Es una pintura dura, de alguien a quien le cuesta pintar, de trazos cortos casi infantiles, de poca materia, muy tansvanguardia, muy chagal por lo judío. Me di cuenta que nunca llegaría a la grandeza de Macció. Recordé y comprendí la frase de Rómulo "en pintura lo más importante es la pintura"... parecido a una obviedad mía, hay arte y además hay pintura.

Respiré. Salimos al día, todavía con sol, por la vereda iluminada, Fito Páez empujando el cochecito con su bebé, su mujer al costado y sonriendo tan estúpidamente como sus canciones, casi lo saludo. Estaba todo tranquilo. A. me pidió tomar un café en La Biela, (allí hacía tres años que faltaba) era su maldad... me haría caminar tres largas cuadras y quizás encontrarme en el café con algún fantasma. Ya al llegar al Recoleta no tenía aire. LLegué boqueando y me tiré en la primer silla junto a la puerta. No había conocidos a la vista. Pude "admirar", la pecera para fumadores, toda una aberración estética. Me asombró como se incrustaba en la barra. En la intersección de la barra y la mampara acodado un personaje que integraba un dúo al que habíamos bautizado como "Los gemelos", idénticos o casi con bigotes-foca, de onda militar de la época de Onganía, algunos malidicentes decían que eran una pareja gay simbiotizada. Enseguida busqué al otro integrante del dúo, lo pensé del otro lado de la pecera, fumando su Cohiba, no estaba. Por suerte al rato llegó, se sentó en su lugar y todo mi universo se tranquilizó.

De a poco y de a uno llegaban mis amigos y se asombraban al verme después de tanto tiempo, con algunos hablamos cada tanto por teléfono y siempre prometo volver pero... El café y el agua, me cansaban y el guiski sin el Negro no daba, me dijeron que está escribiendo una historia del arte argentino con una forma distinta de clasificación... veremos, y leeremos.

A. se fue para el Malba y yo me volví para mi cueva, para seguir rumiando mis broncas, pero con esa rara alegría que me había dado la buena pintura y la visita al antro, voy a seguir pensando las idas, ya es sábado, y como una premonición leo en "El País", en un reportaje hecho al ganador del premio Alfaguara de literatura L. Leante "Con la globalización, da igual vivir perdido en las montañas de Aragón que en Alicante..." Otra lucecita...
Alejandro