TESTIMONIO
NO YA TESTIMONIAL
Dedicado a la barra del comando Norma Aleandro
Ante el desprecio biográfico de M. por -volver a recordar- mi pasado y ante la ansiedad del “comando” inquiriendo sobre los “amores arrabaleros y setentistas” entre la licenciada Karla y mi persona declaro que después del tiempo pasado, más de 20 años, uno puede blanquear ciertas situaciones, que no fueron arrabaleras, sino montañesas -y no a la manera de Heidi- (aunque de las aventuras sentimentales de la pequeña, el abuelito y las cabritas se desconozca hasta hoy el mínimo detalle, cualesquiera puedan ser las combinaciones algebraicas que se puedan dar entre el nono, la nieta y el rebaño, sin incluir a Pedro que daba a onanista o zoofílico, a Clarita la inválida y su sexo de dominación con la señorita Rottenmayer, que presagiaba su condición de leader, dominatriz, látigo y demás). Como siempre ya me fui al carajo por la falta de las pastillas que me retacea (por falta de receta) el boticario.
Pero volvamos a la historia... corrían tiempos de vinos y rosas... bueno los vinos eran mistelas muy dulzones y de las rosas ni oler, no recuerdo ninguna flor montañesa en el lugar, sí que en los velorios las flores de las coronas eran de papel maché y coloridas con preminencia del amarillo y del blanco (¿por la bandera papal?). Va que los mistelas fuertemente azucarados se degustaban sucesivamente (botella tras botella) gracias al coqueo, pero luego a la noche en el café-bailable-guisquería del pueblo (¿dije Cafayate?) noches de licor berretísimo con los marplatenses que atendían ese antro y la hostería del Automóvil Club local, el tema siempre Mar del Plata, y nuestros odios a la ciudad y a nuestras ex...
El flujo erótico -de bragueta rápida- como diría Miller (Henry no, Arthur), era continuo y en un lugar donde no había después de ligar, posada o inmueble o mueble adonde ir. Eso sí, a las cinco o seis de la mañana, cuando ya comenzaba a verse un color rosado detrás de los cerros y por supuesto del “de los siete colores”, todo el mundo en caravana se dirigía hacia la orilla del río que formaba el balneario natural en esas épocas, allí cada uno trataría de desfogar sus pasiones a... como fuera...
Los tiempos eran a fines del Febrero época de la Serenata de Cafayate, que mostraban desde la altura del pueblo los relámpagos de las lluvias en Salta o en Tafí del Valle, ya camino a Tucumán donde diluviaba constantemente, allí el cielo azul y estrellado durante los 360 días del año. Después de los dos meses (trajinados) de tantas huríes alemanas, suecas y sudafricanas (que se daba mucho en esa época, ya que huían de su país por las revueltas sociales y venían al nuestro con la venia del gobierno militar a comprar viñedos o comenzar el proyecto del café argentino).
Bueno la cosa es que estábamos exhaustos-rotos molidos y con ganas de relacionarnos con alguna nativa (ojo, no del lugar), con quien poder conversar en lengua argenta. Y allí en ese momento cayeron tres amigas porteñas, psicos, jiposas-retro, con sus largas polleras de batick, sus collares, sus plumitas y como terminación gorros “bolitas” de sus pasos más al norte -un cambalache-. A la noche en el antro, tratamos de exponer todo nuestro caudal de seducción, (ya muy alicaído a esa altura). Dos de las amigas venían en plan de apoyo a la tercera.
Sí señores del comando: la tercera era K. a la que enseguida bauticé como la “princesita yenta de parque patricios”, parte para integrarme a la “intervención” y parte para congraciarme con la chica y su raigambre judía, (aclaro lo de princesita fue irónicamente porque ya K contaba con más de treinta y pico largos y trasfogados años, y lo de “yenta” que era un afano a la Jong, a quién había leído hace poco). K. se había separado hacía unos meses, una separación mala, de un matrimonio concertado entre familias, pero que la cacheteó por ser la última en enterarse de un corneo de su dorima con familiar muy cercano (creo que una prima materna), después los problemas económicos por lo que se había ido a vivir a su consultorio, que además compartía con una de las amigas. Esto lo contó en una hora entre mocos, llantos y escupidas de la saliva negra que le producía el asco al amargo de las hojas de coca. K ya estaba como una vela de colores que se derretía (no por la pasión), de a poco y donde los distintos colores se van mezclando: rímeles, coloretes, etc., anche los olores: del pachuli, del licor toraba, del ácido de la transpiración por el ambiente caldeado.
Cada minuto que pasaba se veía mas yenta pero tirando a shikse, (por no saber si los integrantes del Comando pertenecen a la colectividad les aclaro que es la transformación de la chica muy judía en una sirvienta casi “gentil”). La falta de su psicóloga en febrero, sin ninguna contención desde hace días, ni su control, hacía la cosa de casi suicidio. Los escupitajos negros sobre la blusa de bambula iban estropeando más la escena, cada tanto algunas de las huríes teutónicas de los días pasados se acercaban a saludarnos, pero como salames autóctonos seguíamos poniendo nuestros pechos a las sacerdotisas de Sigmund. A eso de las seis salimos sorteando piedras a como podíamos hacia el balneario, con una botella de guisqui cada uno y con las tres damas -eso sí, no muy convencidas-, solo me acuerdo de mis amigos contando su proyecto de poner una pizzería en el pueblo, rubro que no existía y preguntando si el tomate iba arriba o abajo del queso, si el queso de cabra serviría como sucedáneo de la muzzarella, todas preguntas que las psico no sabían contestar y que tampoco las excitaban mucho. Pero la carne es muy debil, (menos la vacuna, en esa zona que es provista por vacas nerviosas y con mucho garrón por practicar el alpinismo) al rato los seis un tanto despelotados (en pelotas) como el “dèjeuner sur l´herbe” de Manet pero sobre las piedras, con arrumacos y chupeteos (a las botellas). Solo uno había pasado a la acción y no era yo...
De pronto un golpeteo un tanto rítmico de algo que las sombras no permitían ver por los contraluces del amanecer nos volvieron a la realidad y sólo cuando ya estaban a nuestro lado pudimos ver a los jinetes locales, “los gauchos de Güemes”, volviendo de Salta de alguna fiesta por los valles que pasaban a nuestro lado, mirando hacia el frente, sonriendo ladinamente y haciendo la venia, muy parados sobre las espuelas y con los guardamontes como alas. Nos vestimos a la ligera mientras terminaban de pasar los ciento y pico de jinetes y volvimos al pueblo. K. una K. flaca mocosa y lloriqueante y todavía lejos de su figura arrogante y amatronada de psico con todas las horas cubiertas de hoy en día. Bueno después de eso, las ninfas estuvieron tres días más ya que estaban con turismo planeado, pero K. me dejó su dirección en Bs. As., por si pasaba por allí. Después siguió una amistad que se prolongó en la Capital y en Mar del Plata, pero eso sí, como dice mi amigo el turco que no cree en la amistad de los hombres y de las mujeres de “coger ni hablar”.
Bueno... más detalles que los cuente K. o los otros, de los que ya quedan sólo dos: las amigas de K. si es que siguen siendo amigas, y con todas esas historias háganse su rashomon-serrano.
Alejandro
NO YA TESTIMONIAL
Dedicado a la barra del comando Norma Aleandro
Ante el desprecio biográfico de M. por -volver a recordar- mi pasado y ante la ansiedad del “comando” inquiriendo sobre los “amores arrabaleros y setentistas” entre la licenciada Karla y mi persona declaro que después del tiempo pasado, más de 20 años, uno puede blanquear ciertas situaciones, que no fueron arrabaleras, sino montañesas -y no a la manera de Heidi- (aunque de las aventuras sentimentales de la pequeña, el abuelito y las cabritas se desconozca hasta hoy el mínimo detalle, cualesquiera puedan ser las combinaciones algebraicas que se puedan dar entre el nono, la nieta y el rebaño, sin incluir a Pedro que daba a onanista o zoofílico, a Clarita la inválida y su sexo de dominación con la señorita Rottenmayer, que presagiaba su condición de leader, dominatriz, látigo y demás). Como siempre ya me fui al carajo por la falta de las pastillas que me retacea (por falta de receta) el boticario.
Pero volvamos a la historia... corrían tiempos de vinos y rosas... bueno los vinos eran mistelas muy dulzones y de las rosas ni oler, no recuerdo ninguna flor montañesa en el lugar, sí que en los velorios las flores de las coronas eran de papel maché y coloridas con preminencia del amarillo y del blanco (¿por la bandera papal?). Va que los mistelas fuertemente azucarados se degustaban sucesivamente (botella tras botella) gracias al coqueo, pero luego a la noche en el café-bailable-guisquería del pueblo (¿dije Cafayate?) noches de licor berretísimo con los marplatenses que atendían ese antro y la hostería del Automóvil Club local, el tema siempre Mar del Plata, y nuestros odios a la ciudad y a nuestras ex...
El flujo erótico -de bragueta rápida- como diría Miller (Henry no, Arthur), era continuo y en un lugar donde no había después de ligar, posada o inmueble o mueble adonde ir. Eso sí, a las cinco o seis de la mañana, cuando ya comenzaba a verse un color rosado detrás de los cerros y por supuesto del “de los siete colores”, todo el mundo en caravana se dirigía hacia la orilla del río que formaba el balneario natural en esas épocas, allí cada uno trataría de desfogar sus pasiones a... como fuera...
Los tiempos eran a fines del Febrero época de la Serenata de Cafayate, que mostraban desde la altura del pueblo los relámpagos de las lluvias en Salta o en Tafí del Valle, ya camino a Tucumán donde diluviaba constantemente, allí el cielo azul y estrellado durante los 360 días del año. Después de los dos meses (trajinados) de tantas huríes alemanas, suecas y sudafricanas (que se daba mucho en esa época, ya que huían de su país por las revueltas sociales y venían al nuestro con la venia del gobierno militar a comprar viñedos o comenzar el proyecto del café argentino).
Bueno la cosa es que estábamos exhaustos-rotos molidos y con ganas de relacionarnos con alguna nativa (ojo, no del lugar), con quien poder conversar en lengua argenta. Y allí en ese momento cayeron tres amigas porteñas, psicos, jiposas-retro, con sus largas polleras de batick, sus collares, sus plumitas y como terminación gorros “bolitas” de sus pasos más al norte -un cambalache-. A la noche en el antro, tratamos de exponer todo nuestro caudal de seducción, (ya muy alicaído a esa altura). Dos de las amigas venían en plan de apoyo a la tercera.
Sí señores del comando: la tercera era K. a la que enseguida bauticé como la “princesita yenta de parque patricios”, parte para integrarme a la “intervención” y parte para congraciarme con la chica y su raigambre judía, (aclaro lo de princesita fue irónicamente porque ya K contaba con más de treinta y pico largos y trasfogados años, y lo de “yenta” que era un afano a la Jong, a quién había leído hace poco). K. se había separado hacía unos meses, una separación mala, de un matrimonio concertado entre familias, pero que la cacheteó por ser la última en enterarse de un corneo de su dorima con familiar muy cercano (creo que una prima materna), después los problemas económicos por lo que se había ido a vivir a su consultorio, que además compartía con una de las amigas. Esto lo contó en una hora entre mocos, llantos y escupidas de la saliva negra que le producía el asco al amargo de las hojas de coca. K ya estaba como una vela de colores que se derretía (no por la pasión), de a poco y donde los distintos colores se van mezclando: rímeles, coloretes, etc., anche los olores: del pachuli, del licor toraba, del ácido de la transpiración por el ambiente caldeado.
Cada minuto que pasaba se veía mas yenta pero tirando a shikse, (por no saber si los integrantes del Comando pertenecen a la colectividad les aclaro que es la transformación de la chica muy judía en una sirvienta casi “gentil”). La falta de su psicóloga en febrero, sin ninguna contención desde hace días, ni su control, hacía la cosa de casi suicidio. Los escupitajos negros sobre la blusa de bambula iban estropeando más la escena, cada tanto algunas de las huríes teutónicas de los días pasados se acercaban a saludarnos, pero como salames autóctonos seguíamos poniendo nuestros pechos a las sacerdotisas de Sigmund. A eso de las seis salimos sorteando piedras a como podíamos hacia el balneario, con una botella de guisqui cada uno y con las tres damas -eso sí, no muy convencidas-, solo me acuerdo de mis amigos contando su proyecto de poner una pizzería en el pueblo, rubro que no existía y preguntando si el tomate iba arriba o abajo del queso, si el queso de cabra serviría como sucedáneo de la muzzarella, todas preguntas que las psico no sabían contestar y que tampoco las excitaban mucho. Pero la carne es muy debil, (menos la vacuna, en esa zona que es provista por vacas nerviosas y con mucho garrón por practicar el alpinismo) al rato los seis un tanto despelotados (en pelotas) como el “dèjeuner sur l´herbe” de Manet pero sobre las piedras, con arrumacos y chupeteos (a las botellas). Solo uno había pasado a la acción y no era yo...
De pronto un golpeteo un tanto rítmico de algo que las sombras no permitían ver por los contraluces del amanecer nos volvieron a la realidad y sólo cuando ya estaban a nuestro lado pudimos ver a los jinetes locales, “los gauchos de Güemes”, volviendo de Salta de alguna fiesta por los valles que pasaban a nuestro lado, mirando hacia el frente, sonriendo ladinamente y haciendo la venia, muy parados sobre las espuelas y con los guardamontes como alas. Nos vestimos a la ligera mientras terminaban de pasar los ciento y pico de jinetes y volvimos al pueblo. K. una K. flaca mocosa y lloriqueante y todavía lejos de su figura arrogante y amatronada de psico con todas las horas cubiertas de hoy en día. Bueno después de eso, las ninfas estuvieron tres días más ya que estaban con turismo planeado, pero K. me dejó su dirección en Bs. As., por si pasaba por allí. Después siguió una amistad que se prolongó en la Capital y en Mar del Plata, pero eso sí, como dice mi amigo el turco que no cree en la amistad de los hombres y de las mujeres de “coger ni hablar”.
Bueno... más detalles que los cuente K. o los otros, de los que ya quedan sólo dos: las amigas de K. si es que siguen siendo amigas, y con todas esas historias háganse su rashomon-serrano.
Alejandro